Artículo de
Vicente G. Olaya, publicado en el periódico “El País” en la edición de hoy 22 de octubre de 2021.
“A las
afueras del municipio burgalés de Poza de la Sal (290 habitantes), se alza un
otero conocido como cerro del Milagro. Se tiene constancia allí de tumbas de la
era del Neolítico y que los autrigones, una población celtibérica, lo convirtió en el oppidum (asentamiento
amurallado) de Salionka. En el siglo I fue tomado por Roma y a sus pies se
construyó una enorme ciudad llamada Flaviaugusta. En septiembre de 1928
llegaron obreros y máquinas para trazar una línea férrea, pero se toparon con
enormes sillares que correspondían a las edificaciones de la ciudad. En los
años ochenta del siglo pasado, la línea fue cerrada y convertida en una vía
verde. Casi un siglo después de las obras que arrasaron importantes vestigios,
los arqueólogos del proyecto En busca de Flaviaugusta. Campaña 2021 han reabierto
el lugar exacto donde se alzaba la urbe. A medio metro de profundidad, han
hallado la casa de un hombre muy rico, con atrio, pórtico y habitaciones. Las
paredes están recubiertas de pinturas florales y geométricas de hasta diez
colores diferentes. Pero algo no cuadra: no se han encontrado en su interior
apenas objetos de la vida diaria.
La sal, el
auténtico oro de la Antigüedad, es lo que atrajo desde el Calcolítico (3000 a.C.) a los pobladores a lo
que hoy es el término municipal de Poza. Gracias a ella, por ejemplo, los
romanos pudieron financiar la enorme Flaviaugusta. Se estima en más de 10 hectáreas
su extensión, pero puede ser superior. La campaña pasada el georradar y la
prospección láser LiDAR sobre solo 1,1 hectáreas detectaron todo
un entramado urbano bajo la superficie. Las imágenes hablan de instalaciones
industriales, edificios públicos y privados, calles, viviendas y una
necrópolis. Pero resultaba necesario comprobarlo con una excavación.
El equipo
multidisciplinar que encabeza la arqueóloga Esperanza
Martín (Orlando Morán, Zoilo Perrino, Lucía Anta, Iván Aguilera, David Expósito, Manuel Gil y Aurora
Barbés lo completan) decidió abrir hace escasamente tres semanas unos 150
metros cuadrados de la urbe. Eligieron un lugar donde las pantallas de los
ordenadores señalaban la posible existencia de una zona porticada. A menos de
un metro de profundidad, expertos y voluntarios de la asociación local Cerro Milagro hallaron los cimientos y los restos de
una gran casa que perteneció a un hombre rico. “Esta vivienda”, señala Martín,
“correspondía a alguien con importantes recursos económicos, como demuestra que
las paredes estaban pintadas y que las decoró un artista contratado que empleó
más de diez colores diferentes para hacerlo. Parece pertenecer a una familia
con un alto nivel adquisitivo dada la riqueza de la policromía de las paredes y
el exquisito acabado de las mismas”.
La zona
excavada es una ínfima parte del yacimiento real, cruzado actualmente por una
pequeña carretera asfaltada de un solo carril, superpuesta sobre el trazado de
la vía romana que llevaba directamente a la ciudad y que la conectaba con otras
grandes poblaciones de la zona. Es imposible saber exactamente la extensión de
la urbe, ya que el paisaje ha sido modificado durante siglos por las labores
agrícolas y urbanas ―muchas edificaciones medievales de Poza de la Sal fueron
levantadas con piedras de Flaviagusta―, y las parcelas están cubiertas por
metros de tierras o casas. Los arados, además, han dañado los restos
desenterrados este año porque esta parte de la ciudad está muy cerca de la
superficie.
Al no haber encontrado objetos de la vida diaria, más
allá de una figurita femenina votiva de cerámica con coleta y los brazos
cruzados y fragmentos de vajilla, los arqueólogos se preguntan el porqué. Solo
existen dos opciones posibles: los pobladores abandonaron la ciudad de una
manera ordenada y se llevaron todo con ellos o los expoliadores han estado saqueando Flaviaugusta durante
décadas. “Esperemos que sea lo primero, pero no hay buenas señales. No hay
objetos dentro de la vivienda del hombre rico. El material que hemos hallado
[desde percutores del Neolítico hasta la muñeca votiva] estaba muy cerca de la
superficie y había sido removido por los tractores, pero dentro de la casa no
había nada”.
El expolio
de Flaviaugusta no es algo nuevo. Buena parte de las antiguas construcciones de
la amurallada Poza de la Sal y de localidades cercanas se levantaron con los
materiales que se extraían de la ciudad. La iglesia, por ejemplo, fue cubierta
con tejas romanas y la zona donde ahora se ha excavado se conoce en el
municipio como “la cantera”. En 1528, un embajador veneciano llamado Andrea
Navagero encontró, en lo que entonces se llamaba cerro Milagro inscripciones
que hablaban de un templo dedicado al dios Sattunio. Pero todo eso ha
desaparecido. En el siglo XVIII, la nueva ermita y la hospedería se levantaron
también con las materiales de Flavia. En 1928, la llegada del tren volvió a
dañar una parte importante del yacimiento y numerosas tumbas
oikomorfas ―con forma de casa y únicas en el imperio― de su necrópolis
desaparecieron.
El equipo de
Martín ha transportado el material hallado tanto en Flaviagusta como en
Salionka (tejas, trozos de vajillas de terra sigillata, balas de piedra,
percutores…) a un laboratorio para su estudio y fotografía en 3D (visibles en
la web sketchfab.com/pozadelasal),
así como las pinturas de las paredes de la casa. La restauradora Lucía Anta las
está tratando para devolverles el color original. “No sabemos qué nos traerán
las próximas excavaciones y si podremos resolver el enigma de por qué apenas
encontramos restos materiales en las construcciones”, termina la directora del
equipo, mientras observa como sus colegas a cientos de metros de la excavación
realizan una prospección electromagnética por un campo cultivado a las afueras
de la bellísima y medieval Poza de la Sal.”