Artículo de David Barreira
publicado por el diario “El Español” el 18 de julio de 2024.
“La historia de los
espectáculos celebrados en la Hispania
romana, y en concreto de los ludi circenses, las populares
carreras de carros, ha sufrido un importante terremoto arqueológico en menos de
un año. Las últimas tecnologías de teledetección han permitido
identificar dos nuevos circos. El primero de ellos, en
Itálica (Santiponce, Sevilla), cuna de los emperadores Trajano y Adriano,
habría tenido capacidad para unos 80.000 espectadores y unas dimensiones
espectaculares: 532 metros de longitud máxima y una anchura de entre
140-155 metros en los carceres, una especie de cajones desde donde
arrancaban las competiciones.
Esta semana se ha
anunciado el descubrimiento de otro circo
romano en el yacimiento de Iruña-Veleia, a las afueras de Vitoria.
Identificado gracias a fotografías aéreas históricas y modernas,
cartografía LiDAR e imágenes obtenidas mediante vuelos de dron, se trata de un
recinto más pequeño —280 metros de longitud por 72 m de anchura— que habría acogido
a alrededor de 5.000 espectadores. A la espera de prospecciones y sondeos
que confirmen la naturaleza de los vestigios, sería el tercer ejemplo de este
tipo de construcciones documentado en
el norte de la Península Ibérica.
Las carreras de carros
fueron el más grande de los espectáculos romanos, por delante de las
luchas de gladiadores. No eran un deporte, sino un elemento de consumo
diseñado para el disfrute de las masas y ejecutado por profesionales
encuadrados en cuatro colores o facciones. Además, su organización y
financiación se consideraba desde época republicana un aspecto clave en la
relación entre el pueblo y los diversos poderes, desde los magistrados a
los emperadores.
Si bien el epicentro de
las carreras de carros fue el Circo Máximo de la Ciudad Eterna, que llegó a
acoger a más de un cuarto de millón de personas en su época más monumental, el
espectáculo ecuestre comenzó a provincializarse a medida que Roma se convertía
en la gran potencia de la Antigüedad. En
Hispania existen evidencias arqueológicas y epigráficas sobre la
existencia de una veintena de espacios circenses, erigidos entre los
siglos I y III d.C. y situados en su mayoría en las zonas más romanizadas: la
Bética, el litoral mediterráneo y el valle del Ebro.
Vestigio del circo de Toledo
"No extraña que la
mayoría de recintos se encuentren en las zonas más aculturadas de la península,
si bien no se puede descartar que hubiera más tanto en estas mismas áreas como
en el interior, principalmente en las capitales de los conventos jurídicos, a
pesar de la dificultad que entraña su identificación", explica David
Álvarez Jiménez, doctor en Historia por la UCM, en su obra Panem et
circenses (Alianza). "En Hispania hubo una gran afición por el
circo, como se infiere por el elevadísimo número de recintos conocidos y de
inscripciones relacionadas que se han conservado, la buena fama que tenían los
caballos hispanos de competición y el hecho de que esta provincia sea la cuna
de algunos de los más importante aurigas de la Antigüedad", como el
lusitano Cayo
Apuleyo Diocles, vencedor de 1.462 carreras de las 4.257 en las que
participó.
Aunque fueron más pequeños
en tamaño que los circos de las grandes urbes como Roma, Constantinopla,
Cartago o Alejandría, miles de hispanos de todas las comarcas y provincias
disfrutaron con unos juegos circenses más baratos en localidades como Mérida —el
recinto, el
mejor conservado de la Península Ibérica, se construyó en las primeras
décadas del siglo I d.C. y medía 403 metros de largo por 96,5 metros de largo,
sin contar el graderío, con unas 30.000 plazas de capacidad— o Tarragona —erigido
a finales de la misma centuria como parte del conjunto forense y que con unas
dimensiones de 325x115 metros dio cabida a unos 23.000 espectadores—.
De finales del siglo I
d.C. también es el circo de Toledo, cuyos restos se encuentran muy
arrasados: tenía un eje mayor de aproximadamente 408 metros y otro
transversal de 86 m. Desde el punto de vista arqueológico se conocen unos pocos
vestigios de otros recintos similares de época altoimperial en Córdoba,
amortizado de forma misteriosa en el último cuarto del siglo II, o Calahorra,
habilitado para cerca de 10.000 personas.
Según explica Diego Romero
Vera, profesor de la Universidad de Sevilla, en un estudio sobre los edificios
de espectáculos en la Hispania romana, el momento de mayor popularidad de las
carreras de carros tuvo lugar en el siglo II, bajo la dinastía
antonina. En esta época se construyeron circos en localidades con relativa
bonanza económica, una demografía pujante y vigor urbano como Lisboa,
del que se han documentado un puñado de vestigios, Balsa (Luz de
Tavira, Portugal), conocido a partir de fuentes epigráficas; Miróbriga (Santiago
do Cacém), con un graderío hecho posiblemente de madera; Segóbriga (Cuenca),
con una pista de 400 metros de longitud pero que nunca se llegó a
terminar; Sagunto y Valencia.
Estas dos últimas
poblaciones, separadas por 24 kilómetros, es probable que rivalizasen en el
proyecto constructivo de gran calibre: si el de Valencia puso sus primeras
piedras antes, el de Sagunto pudo tener unas dimensiones algo superiores. Otros
indicios de circos hispanos se
han identificado en Cástulo (Linares, Jaén), Singilia
Barba (Antequera), Carteia (San
Roque, Cádiz), Carmona (Sevilla), que alcanzaría los 290 metros
de longitud aprovechándose de la orografía de la zona, aunque su documentación
ha sido sido muy parcial y se desconoce la cronología; Consabura (Consuegra,
Toledo), Laminium (Alhambra, Ciudad Real), cuyos restos se encuentran
bajo una carretera; o Astigi (Écija), donde había una gran tradición
por las carreras de carros como demuestra el hallazgo de una tablilla de
maldición dirigida contra las facciones roja y azul.
Estos entretenimientos
públicos eran financiados por los magistrados, los colegios sacerdotales y los
ricos prohombres de las localidades con ocasión de acontecimientos particulares
o festividades establecidas para agasajar al pueblo. Eran además un espacio de
profunda significación social, como refleja, por ejemplo, la división de las
grades entre los diversos órdenes sociales. Pero como los edificios de piedra
eran excesivamente costosos, las carreras se organizaron en algunos lugares en
recintos más temporales, como pistas de tierra o en circos dotados de
graderíos de madera. Según los investigadores, la epigrafía atestigua la
organización de ludi circenses en cuarenta localidades
hispanas. ¿Se descubrirá alguno más?”