Vista aérea de la zona palatina del yacimiento de la Cercadilla, el 22 de mayo de 1991antes de la entrada de las excavadoras.
Artículo de Vicente G. Olaya, publicado hoy, 2 de junio de 2021, en el periódico “EL PAIS”
“Fue descomunal, brutal, un gigantesco atentado contra el patrimonio histórico, un expolio sin matices. “Una herida aún abierta”, según Camino Fuertes, arqueóloga de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales, que este martes pronuncia la conferencia 30 años del yacimiento de Cercadilla para recordar que se cumplen ahora tres décadas de la destrucción del palacio imperial romano de Córdoba, levantado por el emperador Maximiano Hercúleo entre los años 293 y 305. “Un dolor enorme”, recuerda Ana Zamorano, presidenta de la asociación Amigos de Medina Azahara, que ha organizado otras jornadas en línea ―Cercadilla, la pérdida de la inocencia―. El complejo, que ocupaba ocho hectáreas, comenzó a ser arrasado en mayo de 1991 para edificar la estación del AVE en la ciudad andaluza.
Ya en el siglo XIX, sobre los terrenos que ocupaba el complejo palatino se
construyó la estación de tren de Cercadilla, que incluía un pequeño edificio,
un apeadero, un aparcamiento y un nudo ferroviario que permitía a los convoyes
cambiar de sentido. El 22 de mayo de 1991, con la decisión tomada de sustituir
la vieja estación por una nueva para el AVE, entraron las excavadoras para
horadar el subsuelo y destruir el palacio y su entorno. Los arqueólogos
trabajaron a toda prisa para intentar salvar lo posible. Pero las máquinas, en
pocos días, habían arrasado ya medio kilómetro lineal y unos 200 metros de
ancho. La prensa del momento hablaba de “lápidas, mosaicos, un teatro romano,
un templo, un circo, un anfiteatro, un palacio” destruidos.
Los
arqueólogos que excavaban el yacimiento ―un estudiante universitario había
alertado de la aparición de una gran galería abovedada― dormían junto a los
restos para evitar su demolición por la noche e insertaban anuncios en prensa
para que no fuese devastado un conjunto “mayor que el Foro de Trajano en Roma”,
como lo definió Rafael
Hidalgo, codirector de las excavaciones. Pero las
administraciones locales, regionales y nacionales ya habían tomado su
inapelable decisión: el AVE entre Madrid y Sevilla, donde en 1992 se iba a inaugurar
la Exposición
Universal, tenía que parar en Córdoba en ese exacto lugar. Y
así fue.
“Fue un expolio, se
orquestó una campaña de fake news contra el yacimiento”,
denuncia Fuertes, que este martes participó en unas jornadas organizadas por el Instituto
Municipal de Turismo de Córdoba sobre esta destrucción: “Se
decía que, si no se arrasaba el yacimiento, el AVE nunca llegaría a Córdoba;
que lo hallado carecía de valor, que los arqueólogos nos estábamos haciendo
ricos con las excavaciones; que los restos iban a integrarse en la estación y,
finalmente, que se cambiaría el trazado de todas las vías del tren. Todo era
absolutamente falso”, se indigna tres décadas después.
El alcalde
de Córdoba, Herminio
Trigo, de IU, llegó a calificar el yacimiento de “cuatro piedras”.
La revista Época publicó en marzo de 1992 que ni el Gobierno
central ni la Junta de Andalucía, ambos en manos del PSOE, hicieron nada para
salvar el yacimiento. Al contrario, miraron para otro lado e incluso apoyaron
la destrucción. En septiembre de 1992, una comisión internacional de expertos
advirtió de que se podría estar “ante un monumento único en el mundo que debía
respetarse y ser estudiado”. “Era el de mayores dimensiones de todo el Imperio
Romano”, declaró Hidalgo junto con el otro codirector de las excavaciones en
aquel momento, Pedro Marfil.
El arqueólogo jesuita Manuel
Sotomayor, premio de Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía,
se sumó a las quejas: “Es una excavación impresionante”. Miguel
Rodríguez-Pantoja, catedrático de la Universidad de Córdoba,
calificó el yacimiento como “algo único en el mundo por sus dimensiones, la
época en que fue construido y su enorme significación. Cuesta creer que será
destruido”. El parlamentario del PP Juan Ojeda denunció, por su parte, la
“política de hechos consumados” de las administraciones. “Córdoba tiene que
saber la verdad. Lo que se va a destruir es un yacimiento único en el mundo”,
aseveró.
Al noroeste
de la colonia romana de Patricia
Corduba, a poco más de 600 metros de su muralla, se construyó a
finales del siglo III una enorme sede del poder imperial, el centro político de
la diócesis de Hispaniarum, desde donde Maximiano dirigía
toda la Península y el norte de África. El conjunto palatino estaba dividido en
dos zonas principales. La primera era una enorme plaza rectangular de aspecto
castrense conectada con un área palaciega. Para acceder a esta última había que
atravesar una puerta con grandes torres a ambos lados. La zona palatina se
articulaba a través de un criptopórtico ―galería cubierta semicircular
columnada― de 109 metros de longitud que daba acceso a los diversos edificios
públicos y privados del conjunto.
“La gran exedra [el
pórtico semicircular con columnas] constituía”, describe Hidalgo, “una gran
plaza abierta, libre de construcciones, que desempeñaba el papel de espacio de
acogimiento para aquellos que gozasen del privilegio de acceder al interior del
palacio, permitiendo a través de su pórtico la distribución del tránsito a los
distintos espacios de recepción que la circundaban”.
Nada más
cruzar el criptopórtico, los visitantes podían elegir entre tres circuitos de
tránsito diferentes: el público, compuesto por edificaciones oficiales; el
semipúblico, con dos espacios destinados a la celebración de banquetes, o el
privado, formado por salas más pequeñas, como las termas. Fuertes recuerda que
en el centro de las construcciones oficiales se erigía “el salón del trono”,
donde el emperador llevaba a cabo las recepciones.
En el siglo VI, con el fin
de la etapa romana, tres de sus construcciones se convirtieron en edificios
dedicados al culto cristiano, tal vez en honor a San Acisclo, patrón de
Córdoba. El templo contaba con un gran cementerio a su alrededor con centenares
de tumbas. Durante la
época emiral (siglos VIII a X), sus edificaciones siguieron siendo
ocupadas por los cristianos, hasta que en el año 1010, como consecuencia de
la fitna ―guerra civil en Al-Ándalus―, se abandonaron.
Los arqueólogos pidieron en 1991 que
se le concediese de urgencia al yacimiento la declaración de bien de interés
cultural (BIC), la máxima protección posible. Compraron incluso espacios en la
prensa para publicar un listado de firmantes que reclamaban la protección
urgente del conjunto. La Junta de Andalucía no respondió. En 1995, cuando más
de la mitad del yacimiento ya había desaparecido, la Consejería de Cultura
incoó expediente de protección. En 1997 fue declarado BIC. “Era uno de los
pocos palacios imperiales existentes en el mundo. Ya no podemos hacer nada. Es
una herida en el corazón de Córdoba que aún no se ha sabido curar”, insiste
Fuertes.
En 2006, los vestigios que se salvaron
de la destrucción ―unas termas, más de 80 metros de recorrido del
criptopórtico, los apartamentos imperiales, las salas triconques de los
extremos de la zona palatina, un acueducto…― se abrieron al público. Están
pegados a los muros exteriores de hormigón gris de la estación. Desde el tren
no son visibles.
En 2015, la
Junta de Andalucía trasladó de manera unilateral la gestión del parque
arqueológico al Ayuntamiento de Córdoba, que lo mantiene cerrado. Desde
entonces no existen políticas de mantenimiento ni actuaciones de conservación.
“Imaginemos que se hubiese conservado completo el palacio. Imaginemos que
Córdoba recibiese a los visitantes que se bajasen del AVE con los restos del
mayor palacio imperial romano que se conoce. Imaginemos…”, concluye Fuertes.
En un artículo publicado
en febrero de 1992 en el Diario de Córdoba,
el catedrático Rodríguez-Pantoja escribió: “No tardaremos mucho en parecer a
nuestros propios hijos tan bárbaros como a nosotros nos parecen quienes con
menos medios y conocimientos hicieron desaparecer tanta grandeza [en Córdoba]
como se ha destruido”. Ahora se van a cumplir 30 años de aquellas proféticas
palabras.”
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