“En 1738 Roque Joaquín de
Alcubierre obtuvo el permiso de Carlos III para excavar en una zona de Italia;
lo hizo buscando restos arqueológicos y lo que encontró fue Herculano, una
antigua ciudad romana más pequeña que Pompeya y que, al igual que esta, fue sepultada
por la lava del Vesubio.
Alcubierre nació en Zaragoza en 1702, se formó en la
escuela de Ingeniería Militar de la misma ciudad y “ahí se supo juntar con
ciertas personas que le ayudaron a ascender socialmente”. Su objetivo era
oficializarse, ya que en ese momento su trabajo era voluntario, pero cuando lo
solicitaba a la corona, se le negaba “por su mala fama”, explica Daniel García
Varo, autor del libro ‘Herculano: La ciudad del Vesubio’.
Tras ser ascendido a Capitán, en
enero de 1738 se encontraba trabajando en la construcción de un nuevo palacio
para el Rey Carlos de Nápoles (futuro Carlos III de España) en Portici. Uno de
los trabajos que se le encomendaron fue el trazado de la planta de los
alrededores del Palacio y, mientras se dedicaba a ello, los habitantes de la
zona le informaron sobre numerosos hallazgos fortuitos de objetos antiguos.
Tras recoger todas las noticias posibles sobre estos hechos, Alcubierre propuso
a su jefe la realización de una excavación sistemática en ese lugar, en busca
de tesoros antiguos. La idea fue apoyada por el rey, quien encargó a Alcubierre
la dirección de los trabajos de excavación iniciados en otoño de 1738.
El interés de estas excavaciones se centraba,
fundamentalmente, en la recuperación de objetos artísticos para ser expuestos
con posterioridad en las colecciones reales. Alcubierre llevaba un diario meticuloso
de los trabajos, a lo que contribuyó su formación como ingeniero y experto en
dibujo, y de la correspondencia que mantenía con especialistas resaltando los
hallazgos más importantes. Sin embargo, los restos exhumados volvían a ser
enterrados ante las dificultades técnicas que presentaba su conservación.
Alcubierre descubrió el teatro de
esta ciudad, donde había frescos y pinturas y, lo más llamativo, la famosa
villa de los papiros. El zaragozano se metió en un pozo, a 25 metros de
profundidad. “No era una excavación a cielo abierto, era como una mina a través
de túneles, eso dificulta todo. Alcubierre llegó a enfermar por culpa de esto
ya que el suelo emanaba azufre”, cuenta García Varo.
Tal y como expone García Varo, se le achaca la
“virtud” de poder orientarse “con solo una brújula a través de túneles, de
poder crear ese mapa del teatro, de villas, con simplemente unos metros y una
parte de la ciudad al cabo a través de los túneles y recuperar ciertos objetos
valiosos. A día de hoy, el 80% de las esculturas de Herculano vienen de esa
villa y fueron rescatadas por él, todo eso está conservado”.
Diez años más tarde, animado por el éxito, Alcubierre
decidió probar fortuna con una cuadrilla de doce obreros en el lugar conocido
como Civita. El resultado fue el descubrimiento de Pompeya, que fue sepultada
por la misma erupción que Herculano. De Pompeya se excavaron el anfiteatro, la
praedia de Iulia Felix y una buena parte de la Vía de los Sepulcros, junto a la
Puerta de Herculano. Además de Pompeya y Herculano, los trabajos de rescate se
desarrollaron también en Estabia, Sorrento (villa de Asinio Pollio), Capri,
Pozzuoli y Cumas, tal y como se recoge en la página web del Ayuntamiento de
Zaragoza.
Pompeya “tenía la peculiaridad de preservar prácticamente
intactos a los habitantes y estructuras de la ciudad, al ser sepultada y sus
ocupantes petrificados por la erupción del Vesubio. Muchos de sus habitantes
quedaron petrificados por las cenizas del volcán en su última postura instantes
antes de morir. Esta excavación revolucionó el mundo de la arqueología porque
nunca antes se había contado con tanta información. De repente, interesaba más
el estudio que la recopilación de objetos lujosos”, expone el profesor de la
Universidad de Zaragoza Santiago Navascués Alcay en un artículo publicado en
Historia de Aragón.
En realidad, Pompeya fue descubierta mucho antes, en
1550, por el arquitecto Fonasa, pero no se dio importancia a los restos hasta
150 años después. “Se daba por hecho que tanto Pompeya como Herculano eran
irrecuperables. Fue Roque Joaquín de Alcubierre quien insistió en desenterrar
ambos restos”, asegura Navascués. El profesor sostiene que Alcubierre pudo
cambiar el rumbo de la arqueología y que gracias a eso no sigue siendo
actualmente “una búsqueda de tesoros antiguos y no el estudio del mundo
antiguo”.
Alcubierre fue duramente criticado
en su época, especialmente por sus colaboradores, el suizo Carlos Weber y el
romano Francesco de la Vega, que soportaban mal la tenacidad y autoritarismo de
Alcubierre, y por el alemán Winckelmann.
Aún hoy, esas críticas perduran, tal y como explica
García Varo, que en su investigación ha encontrado referencias negativas de la
arqueóloga que se encuentra ahora mismo en Pompeya, acusando a Alcubierre de
dinamitar aquello, sin embargo, este investigador considera que los críticos
actuales “no tienen en cuenta el contexto, que no tenía los recursos
necesarios; no se puede decir que no hiciese cosas mal pero en ese momento es
lo que había”.
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