Transcripción del podcast
con el mismo título, de los “podcasts Curiosidades de la Historia” de National
Geographic, del 19 de mayo de 2022.
“En los años en que Roma se convertía en la capital de un imperio,
la vida en la ciudad se desarrollaba a un ritmo frenético. A cada momento
ocurrían cosas que podían cambiar el devenir del Estado: un pacto entre líderes
de facciones, un discurso en el Senado, una revuelta que estallaba en un rincón
de Italia, una guerra exterior… Los habitantes de la ciudad estaban siempre pendientes de las noticias y los rumores,
y quienes vivían lejos de la capital se angustiaban ante la falta de
información.
Para estos últimos, el medio más eficaz de información eran las
cartas, que viajaban con gran rapidez por el magnífico
entramado de calzadas romanas. Cuando la noticia era importante, el
destinatario hacía que las cartas pasaran de mano en mano, al modo de un
boletín. Sin embargo, este sistema no bastaba para satisfacer el ansia de
información rápida y fiable.
Fue así como a mediados
del siglo I a.C. surgió en Roma algo muy
parecido a un periódico. Se trata de las llamadas Actas diarias
del pueblo romano (Acta diurna populi romani),
creadas en torno al año 59 a.C. por Julio César. Así lo afirma Suetonio en la
biografía que dedicó al dictador dentro de sus Vidas
de los doce césares: «Una vez iniciada la función de su cargo,
instituyó, el primero de todos, que las actas diurnas del Senado y del pueblo
se confeccionaran y se publicaran».
Inspiradas en anteriores
recopilaciones de acuerdos legales y edictos, las Actas creadas por Julio César
recogían los sucesos de diversa naturaleza ocurridos diariamente en la ciudad
de Roma. Parece claro que se publicaban bajo la
responsabilidad de un magistrado, aunque las fuentes no
especifican cuál. Se ha aventurado que de su redacción se encargaban unos
profesionales especiales llamados diurnarii, a
quienes cabría así considerar como los primeros periodistas de Roma.
Se cree que las
Actas se inscribían en planchas de madera pintadas con
cal o en planchas de madera enceradas, las cuales se colocaban en distintos
lugares de acceso público al Foro, bajo custodia militar. Dado el elevado porcentaje de analfabetos en
la antigua Roma, pocos podían leer las noticias. Por ello existía la figura del
pregonero (praeco), un funcionario de origen
servil que durante un período de tres años se ocupaba de recorrer la ciudad
comunicando oralmente las noticias, incluyendo sentencias judiciales, decretos
o proyectos de ley.
Las Actas publicadas en
Roma se difundían por el Imperio a través de abundantes copias, realizadas a menudo en papiro.
Por lo general, los copistas eran esclavos cultos de origen griego, aunque
también podían ser ciudadanos libres que lo convirtieron en su oficio. La
actividad estaba organizada por unos editores
llamados librarii, que
vendían las Actas distribuidas en capítulos y en páginas, pero no en hojas
sueltas.
Estas copias alcanzaban
notable difusión, como se deduce del testimonio de Cicerón, quien en el año 45
a.C. escribía a un amigo: «Estoy seguro de que te envían las Actas de la
ciudad, lo que me dispensa de escribirte noticias». A veces, más que copias
íntegras, los corresponsales residentes
en Roma –llamados nuntius o
mensajeros– resumían las noticias que
aparecían en las Actas. Así, Celio enviaba a Cicerón una
recopilación de noticias al tiempo que le advertía: «Encontrarás aquí la
opinión de cada orador en el resumen de las noticias de Roma. Toma lo que te
interese, y no te fijes en asuntos triviales, como actores abucheados o ceremonias
fúnebres. Pese a ello, creo que hay muchas cosas útiles, y por mi parte
prefiero enviártelo todo, incluso detalles que no necesitas, antes que suprimir
otros necesarios».
Hoy día no
conservamos ninguna copia original de las
Actas diarias del pueblo romano. Tan sólo conocemos su
contenido a partir de las referencias que hacen a ellas los autores de la
Antigüedad, como Cicerón, Suetonio, Plinio o Tácito.
Parece claro que en las Actas se destacaba sobre todo la información
política, ya se tratara de las decisiones tomadas por el emperador, por los
magistrados o por el Senado, o bien hechos relativos a la familia imperial que
tenían relevancia pública. Pero también había noticias sobre la construcción y dedicación de
monumentos, compras y ventas de esclavos que tenían lugar en el
Foro, fenómenos atmosféricos o prodigios verificados en la ciudad o en sus
alrededores... En cambio, parece que no se hacía referencia a sucesos de
política internacional o a guerras en el exterior, sino que la información se limitaba a Roma,
al modo de un periódico local de nuestros días.
Desde luego, la
información que aparecía en las Actas era la
que querían los poderosos. Por ejemplo, en el año 45 a.C.,
según cuenta Dion Casio, «César hizo insertar en las Actas que le había sido
ofrecida la realeza por el cónsul en nombre del pueblo, pero que él no la había
aceptado», un gesto antimonárquico que el dictador deseaba que todos notaran.
Con el establecimiento del
Imperio, las Actas tuvieron aún mayor importancia como instrumento de propaganda.
De Livia, la esposa de Augusto, se decía que «sobrepasó a todas las mujeres en
vanidad: cuando los senadores o incluso personas del pueblo se presentaban ante
ella para saludarla, los acogía siempre y se cuidaba de que las Actas públicas
dieran sus nombres». Lo mismo hacía Agripina, quien «acogía públicamente a
todos aquellos que se hacía insertar sus nombres en las Actas». Algunos
emperadores preferían, en cambio, la propaganda del terror,
como Cómodo, que «experimentaba un singular placer en que las Actas de Roma
contaran todas sus crueldades y todas sus infamias», según cuenta la Historia augusta.
Las Actas también tenían su sección de «noticias del corazón»:
matrimonios, divorcios, nacimientos o defunciones en las principales familias
de la ciudad. Para muchos era una cuestión de honor
(o de vanidad) que estos acontecimientos apareciesen en
las Actas; así, en una sátira de Juvenal, una esposa le dice a su marido, a
propósito del hijo de ambos, recién nacido: «Eres feliz por sembrar en las
Actas públicas las pruebas de tu capacidad viril».
En cuanto al estilo que
tenía este primer periódico de Roma,
puede darnos una idea la novela de Petronio, Satiricón, donde un personaje lee
en un banquete una relación de noticias «a modo de las Actas»: «El VII de las
calendas de julio, en los predios de Cumas, que pertenecen a Trimalcio,
nacieron 30 varones y 40 hembras. Se han transportado de las granjas a los
graneros 500.000 bolsas de trigo y se han aparejado 500 bueyes. El mismo día
fue puesto en la cruz el esclavo Mitridates, por haber blasfemado contra el
genio tutelar de Cayo, nuestro señor. El mismo día se depositaron en la Caja
diez millones de sestercios sobrantes. El mismo día estalló en los jardines de
Pompeya un incendio que tuvo origen en la cabaña de Nasta».”
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