Fotos de vestigios de la Antigua Roma, tomadas en distintos lugares (ciudades, yacimientos arqueológicos, museos, etc.). También información sobre lo que se viene publicando al respecto.

domingo, 29 de octubre de 2023

La tecnología de los romanos para dominar el agua

Artículo publicado por Isabel Rodá en el periódico “La Vanguardia” el 14/06/21.

“Una de las metas que se propusieron los romanos fue la de dotar a las ciudades y territorios de su imperio de unas sólidas infraestructuras, algunas de las cuales han llegado en servicio hasta nuestros días o han desafiado el paso del tiempo con su masa imponente. En este contexto, es comprensible que el abastecimiento de agua constituyera una temprana y constante preocupación.

Idearon, trazaron y mantuvieron una ingente red de acueductos, cisternas y depósitos, con una tecnología punta, para asegurar un satisfactorio suministro. Hay que llegar a la Edad Contemporánea para superar el alto listón impuesto por la arquitectura y la ingeniería romanas.

En todo caso, la arquitectura del agua se convirtió en símbolo de la grandeza de Roma y, consecuentemente, también de sus gobernantes y emperadores, que utilizaron las costosas obras hidráulicas como elemento de propaganda política. Si nuestra cultura bebe en las fuentes de la griega, nuestra tecnología evoluciona a partir de la romana. Y en el terreno de la explotación de los recursos hídricos este hecho resulta evidente.

Cuando hablamos de acueductos, tendemos a identificarlos con los grandes puentes sobre arcos, al estilo del de Segovia, sin tener en cuenta que estos son solo la parte monumental de un trazado que puede llegar a superar los cien kilómetros de longitud. Así es en realidad una conducción de agua, que es lo que etimológicamente significa acueducto. A través de estas inmensas canalizaciones, el agua llegaba en condiciones de potabilidad a las ciudades para dar servicio primero al ámbito público (fuentes y termas) y después al privado (domicilios).

La construcción y el mantenimiento de los acueductos era una de las empresas más costosas y una de las obligaciones a las que tenían que hacer frente las ciudades que querían disponer –y vanagloriarse– de semejante infraestructura. En ocasiones eran los propios emperadores o reconocidos mecenas quienes corrían con los gastos, pero, por norma general, la responsabilidad de realizar un acueducto recaía sobre los gobiernos municipales, que delegaban en los magistrados (personajes con funciones públicas) para llevar a cabo la obra, normalmente con dinero público.

El recorrido de la canalización siempre discurría cubierto para evitar impurezas. Desde el punto de captación, pasando por todos los obstáculos del terreno –que se salvaban mediante sifones, puentes, conducciones subterráneas...–, hasta llegar al punto o torre de distribución. Desde aquí, los acueductos alimentaban en primer lugar las fuentes y las termas públicas.

En algunos casos se ha demostrado que el suministro hídrico podía quedar cubierto por las cisternas públicas y las privadas excavadas bajo las casas. Pero no hay que olvidar que los acueductos eran la necesaria estructura para la enorme cantidad de agua que se empleaba en la ornamentación, el lujo y el espectáculo. Las cisternas podían proporcionar el agua para lo más necesario, pero no para tanto derroche y esplendor.

No había ciudad que se preciara, por pequeña que fuese, que no contara al menos con unos baños o termas públicas. Su módica entrada daba acceso al común de los mortales, que podían asistir a diario y disfrutar de momentos de relax e intercambio social. Su ingeniería era brillante. La calefacción funcionaba mediante la circulación de aire caliente bajo un pavimento hidráulico, sostenido con pilares de ladrillo, sobre el que se echaba agua fría, dando lugar a una especie de sauna. En los caldaria había también pequeñas piscinas cuya agua se calentaba con el mismo procedimiento.

Las grandes ciudades contaban también con divertículos acuáticos, ninfeos (monumentos dedicados a las ninfas) y enormes fuentes decoradas por las que caía el agua en cascada. El canal, o euripo, que transcurría por el centro de la calle porticada de Perge (Turquía) y los ninfeos de Zagouan (Túnez), de Herodes Ático en Olimpia (Grecia) y de Septimio Severo en su ciudad natal de Leptis Magna (Libia) son buenos ejemplos.

Las naumaquias, o simulacros de combates navales, podían tener lugar en lagos naturales, pero también en edificios llamados asimismo naumaquias, especialmente construidos para este fin, o en anfiteatros adaptados. En estos dos últimos casos, el suministro para dotarlas de caudal suficiente hacía necesaria la existencia de acueductos.

Las casas cuyos propietarios podían permitirse este lujo disponían de agua corriente, conectada a la red hidráulica de la ciudad. Tampoco menospreciaban el agua proporcionada por la naturaleza. Así, el agua de lluvia era almacenada en cisternas que servían para llenar los estanques de los jardines que adornaban los peristilos (patios rodeados de columnas) de las viviendas unifamiliares, o domus.

Gran parte de las domus (viviendas urbanas) y villae (residencias en las afueras de la ciudad o bien en el campo) disponían de sus propias termas. Esto representaba contar con los frigidaria, tepidaria y caldaria correspondientes, que, a menor escala y según modelos diversos, contenían lo esencial del dispositivo de los baños públicos.

El agua corriente conectada a la red pública era siempre de pago y el precio dependía del caudal contratado. El suministro quedaba de esta manera condicionado por el mayor o menor diámetro de la tubería de acceso. Pero en el mundo romano también el fraude estaba a la orden del día, y era más que frecuente encontrar sustituida la tubería original por otra de mayor calibre. Para evitar esta trampa se idearon los cálices, así llamados por su semejanza al cáliz de una flor. El calix, del diámetro correcto, se empotraba en la pared por la que entraba el suministro hídrico con un primer tramo de tubería, decorado para evitar su manipulación y falsificación.

Y un último toque de atención sobre la siempre sorprendente modernidad de la tecnología en el mundo romano. Puede creerse que el grifo monomando, que mezcla agua fría y caliente, es una conquista del confort actual, pero no. Aunque hay muy pocos ejemplares, se conservan hoy, procedentes de las frías provincias romanas de la Europa central, tres piezas de bronce que podían funcionar tanto para mezclar el agua fría y caliente en las proporciones deseadas como para usar alternativamente solo agua fría o solo caliente.

Los ríos constituyen un riesgo en el caso de inundaciones, que destruyen cuanto se asienta en sus orillas. La misma Roma contaba con una amplia zona inundable, y ya los etruscos, en el siglo VI a. C., realizaron obras de drenaje y construyeron la Cloaca Maxima. Con todo, las inundaciones en Roma fueron frecuentes.

Los romanos intentaron paliarlas mediante canales y otras obras de gran envergadura, que sirvieron, además, para evitar zonas lacustres y pantanosas y facilitar las comunicaciones y el transporte, siempre menos costoso por vía fluvial que por terrestre.

Los romanos inventaron o perfeccionaron una amplia gama de maquinaria, como cuenta Vitruvio en el libro noveno de su Arquitectura. Y la industria se benefició directa o indirectamente de estos conocimientos.

La fuerza motriz del agua no fue en absoluto menospreciada. Se comprueba en los molinos hidráulicos y en la minería. Las instalaciones de Barbegal, en el sur de Francia, permitían moler unas 4,5 t de harina al día. En las explotaciones auríferas, el caso de Las Médulas (León) es de una gran espectacularidad: la perforación de galerías en el conglomerado de la montaña permitía hacer circular una enorme cantidad de agua, cuya presión provocaba el derrumbe para recuperar el oro del yacimiento. Plinio el Viejo, en su Historia natural, explica con detalle lo que él denomina ruina montium.

Sería un error creer que las piscifactorías son un invento moderno. Además de las diversas técnicas de pesca, los romanos dispusieron de viveros, tanto para peces de agua salada como de agua dulce. El cordubense Columela, en el libro octavo de su De re rustica, comenta ampliamente el procedimiento de cría. Para unos y otros peces se construyeron piscinae perfectamente adaptadas a su funcionalidad.

Las tintorerías (tinctoriae y fullonicae) también requerían un importante suministro de agua. Las conocemos con detalle gracias sobre todo a los restos conservados en Pompeya.

Las presas y canales eran infraestructuras para aumentar, mediante el riego, la producción agrícola. Este aporte de agua, que no precisaba potabilidad, comportaba obras no tan aparatosas como las de los acueductos y, por ello, se han conservado en menor medida. Además, la explotación de unos mismos terrenos a lo largo de la historia ha contribuido a su pérdida. En todo caso, su utilidad está fuera de duda. La agricultura árabe, por ejemplo, abundó en los mismos parámetros que la romana.

Los romanos, en fin, se sentían muy orgullosos de sus realizaciones en el campo de la ingeniería hidráulica. Frontino, en su obra sobre los acueductos de Roma escrita en el siglo I, dice así: “Comparad, si os parece, las numerosas moles de las conducciones de agua tan necesarias con las ociosas pirámides o bien con las inútiles pero famosas obras de los griegos”. Aun así, supersticiosos como eran, no olvidaban rendir culto a divinidades relacionadas con el agua.”

 

Este artículo se publicó en el número 448 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

 

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